En las áridas montañas del norte de Chinandega de Nicaragua y en los campos de cultivo de la costa del Caribe, la desnutrición se ha convertido en una sombra constante que amenaza el bienestar de miles de familias, sombra que se expande a todas las comunidades rurales. A pesar de los esfuerzos por erradicar este flagelo, la pobreza estructural, la falta de acceso a alimentos nutritivos y la inseguridad alimentaria siguen marcando la vida de muchas personas, especialmente de los más vulnerables: los niños.
Nicaragua, un país con grandes contrastes, se enfrenta a una crisis silenciosa que afecta principalmente a los niños menores de cinco años. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de cada tres niños en el país sufre de desnutrición crónica, un fenómeno que retrasa su desarrollo físico y cognitivo, y que perpetúa el ciclo de pobreza. En los barrios más marginales de las principales ciudades y en los territorios rurales más apartados, los testimonios de madres que luchan por dar de comer a sus hijos son un grito de auxilio ante la indiferencia que aún persiste en la respuesta estatal y de las organizaciones internacionales.
La desnutrición en Nicaragua no es solo una cuestión de hambre; es un problema multifacético que involucra la falta de acceso a recursos, la escasa educación alimentaria y la vulnerabilidad a los desastres naturales. La pobreza extrema es una de las principales causas de la inseguridad alimentaria.
En un país donde el 29.6% de la población vive por debajo de la línea de pobreza, los alimentos nutritivos, como frutas, verduras y proteínas de alta calidad, son inaccesibles para muchos hogares. En su lugar, las familias se ven obligadas a consumir alimentos básicos, como el frijol y el maíz, que no cubren adecuadamente las necesidades nutricionales, especialmente de los niños.
Además, los fenómenos climáticos como huracanes, sequías y tormentas tropicales han devastado cultivos enteros, exacerbando la inseguridad alimentaria en las zonas rurales. En el pasado 2020, por ejemplo, el paso de los huracanes Eta e Iota dejó en ruinas a cientos de miles de familias en el Caribe nicaragüense, donde la agricultura es la principal fuente de ingresos. Estos eventos climáticos, cada vez más frecuentes e intensos debido al cambio climático, destruyen las cosechas y dejan a las comunidades sin recursos, forzándolas a depender de la ayuda humanitaria que no siempre llega a tiempo.
Pero más allá de las estadísticas, la desnutrición tiene un impacto profundo en el futuro de las nuevas generaciones. «Los niños desnutridos no solo enfrentan un retraso en su crecimiento físico, sino que también luchan por alcanzar un adecuado desarrollo cognitivo. La falta de micronutrientes, como la vitamina A y el hierro, debilita su sistema inmunológico y aumenta el riesgo de enfermedades infecciosas. Esto perpetúa un ciclo vicioso: la desnutrición debilita a la población infantil, lo que a su vez afecta el desarrollo de una sociedad que podría salir adelante si contara con los recursos adecuados» reflexionó una medica nutricionista de Chinandega, bajo condición de anonimato.
A pesar de estos desafíos, la medica expresa que estos «programas de suplementación alimentaria, como el de fortificación de alimentos y distribución de micronutrientes, han ayudado a reducir los índices de desnutrición en algunas regiones. Sin embargo, la implementación de políticas efectivas sigue siendo un desafío, sobre todo porque todo esta politizado y los proyectos no siempre llegan a todas las familias».
Para Marta, una socióloga de Puerto Cabezas, las soluciones, «requieren un enfoque integral que combine la mejora de las condiciones socioeconómicas, el fortalecimiento de la agricultura familiar, la educación nutricional y un mayor acceso a servicios de salud» pero agrega que este desafío «es casi imposible plantearlo debido a que para enfrentar la crisis de la desnutrición que sigue latente en Nicaragua se tiene que articular toda la sociedad, y no podemos hablar de una sociedad cuando esta fracturada por la crisis política».
Mientras tanto, en las comunidades más apartadas, el día a día de las madres y padres sigue siendo una lucha constante por asegurar que sus hijos puedan crecer sanos. El país, sigue siendo un campo de batalla contra una desnutrición que, aunque invisible para muchos, está ahí, esperando ser erradicada.
Esta crónica es el resultado de la alianza de medios de Radio Veritas con Vidas Caribeñas.