Las lluvias no cesan en Costa Rica. Los aguaceros incesantes que caen con furia sobre el Pacífico costarricense han provocado que el país entero se mantenga en estado de alerta roja. Desde las llanuras costeras hasta las montañas, el suelo está saturado, al borde del colapso, y el riesgo de inundaciones y tamaños de tierra es inminente. Pero en medio de esta emergencia climática, hay un grupo especialmente vulnerable que enfrenta una doble adversidad: los migrantes y las personas refugiadas.
En la casa de “Juana” se agolpan decenas de personas que llegaron a Costa Rica buscando un futuro mejor o simplemente huyendo de la violencia y la miseria que tiene sometida a la mayoría de la población la dictadura de Ortega-Murillo. En la vivida de Juana, viven venezolanos y nicaragüenses, quienes, además de enfrentarse a la incertidumbre de no tener un hogar estable, ahora lidian con la furia de la naturaleza.
Para estos migrantes, la vulnerabilidad es doble: son extranjeros en un país que también está al borde de la emergencia, y no tienen las redes de apoyo que podrían ayudar a los costarricenses en momentos de crisis.
«Yo llegué aquí hace seis meses desde Venezuela», cuenta María González, madre de tres niños pequeños. «Pensé que aquí encontraría la estabilidad que mi país no me pudo dar, pero ahora estamos otra vez al límite».
Además del peligro climático, los migrantes enfrentan otro temor: el de ser olvidados. En una emergencia nacional, las autoridades suelen centrarse en la población local, dejando a los extranjeros en un limbo. «Nos preocupa que, por ser migrantes, no recibamos la misma atención. No queremos ser invisibles», comenta José, un nicaragüense que huyó de la represión y ahora ve cómo la lluvia amenaza con arrastrar a los pocos bienes que tiene en el país de acogida y en el hogar que solidariamente le da acogida.
La saturación de los suelos ha llevado a las autoridades costarricenses a declarar alerta roja en varias regiones. Según los meteorólogos, las lluvias podrían intensificarse en los próximos días, lo que pone en riesgo a comunidades enteras ya los más de 200 mil migrantes que residen en Costa Rica,
Costa Rica, tiene una larga tradición de ser un país receptor y solidario, pero la crisis climática actual pone a prueba su capacidad de respuesta. Con puentes destruidos, carreteras intransitables y comunidades aisladas, los equipos de emergencia trabajan contra reloj para rescatar a quienes han quedado atrapados por los pedazos de tierra.
«Nuestra prioridad es salvar vidas, sin importar de dónde vengan», asegura un portavoz de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE). Sin embargo, la realidad es que los recursos son limitados, y cada día que pasa aumenta la desesperación en los albergues.
Los organismos internacionales, como ACNUR y la Cruz Roja, han desplegado operativos para brindar asistencia específica a la población migrante y exiliados, tratando de cubrir las brechas que dejan los servicios nacionales. Pero incluso con la ayuda internacional, el desafío es enorme. «Es una situación de emergencia dentro de otra emergencia», reconoce un representante de ACNUR en el país.
Cuando las lluvias finalmente cedan y las aguas se retiren, quedará el desafío de la reconstrucción. Para los migrantes y exiliados, el futuro es aún más incierto. «No sabemos qué pasará mañana. Solo esperamos que podamos seguir aquí, buscando un futuro mejor», dice resignado Alejandro, un joven originario del municipio de Cinco Pinos en el norte de Chinandega, que llegó hace poco más de un mes a San José.
Mientras tanto, los pronósticos son desalentadores: más lluvias, más deslizamientos, más personas desplazadas. Costa Rica, un país conocido por su paz y hospitalidad, enfrenta una tormenta perfecta de desafíos, y en medio de ella, los migrantes y exiliados intentan no perder la fe.
Esta crónica es el resultado de la alianza de medios de Radio Veritas con Vidas Caribeñas.