Hoy la Iglesia ha de exponer con valentía y claridad el mensaje de Cristo y el conjunto de exigencias éticas y morales que de él se derivan. Traicionaría a su misión si no se atreviera a defender los principios esenciales, como defender la vida y la verdad, la paz y la justicia, promover una cultura defensora de los derechos humanos y la libertad, y recordar al ser humano su responsabilidad ante Dios y ante su propia conciencia.
Y los cristianos nos hemos de esforzar por mostrar prácticamente, con nuestras vidas, que la fe cristiana no es un conjunto de arbitrariedades impuestas por Dios para «fastidiar» al hombre, sino la manera más sana y acertada de vivir. La palabra y el testimonio de los cristianos no deben nunca dejar dudas sobre la bondad y la misericordia de Dios.
Con nuestro testimonio enseñaremos a la gente a subir “al tren de la vida» y les instruiremos sobre cómo se han de comportar dentro de cada departamento, pero ¿quién les dirá hacia dónde se dirige ese tren alocado?
¿Cómo contagiarles el gozo verdadero de la vida si nos ven ocupados estúpidamente en mil asuntos y negocios sin saborear apenas nunca el amor, la libertad, la belleza y la amistad?
¿Cómo educarlos para la paz si sufren nuestra violencia, nuestra irritación y toda clase de agresividades?
¿Cuáles son las grandes convicciones que, con toda verdad y honradez, les podemos mostrar como horizonte y sentido de nuestra vida? ¿Qué Dios pueden descubrir en el fondo de nuestras creencias y de nuestra vida?
La frase de Jesús nos sigue interpelando a todos: «No se dejen llamar maestro porque uno sólo es su maestro”. Para los cristianos, sólo Jesucristo es el verdadero Maestro. De él hemos de aprender a vivir todos más humanamente si queremos enseñar algo digno a las nuevas generaciones. Jesús ha desenmascarado la mentira que ha encontrado en su caminar diario, pero nunca lo ha hecho con más violencia que cuando se ha enfrentado a los dirigentes de aquel pueblo.
Las palabras de Jesús no han perdido actualidad. El pueblo sigue escuchando a dirigentes que «no hacen lo que dicen».
Defensores del orden cuya vida es desordenada. Proclamadores de justicia cuyas actuaciones están al margen de todo lo que es justo. Educadores cuya conducta deseduca a quienes la conocen.
Pero, no deberíamos olvidar que la invectiva de Jesús se dirige de manera directa a los dirigentes religiosos.
Necesitamos «maestros de vida». Creyentes de existencia convincente. «Con su vuelta a lo esencial del evangelio, con su cordialidad y sinceridad habrán hecho posible la ‘desintoxicación’ de la atmósfera en la que vivimos los nicaragüenses envueltos en la lucha por el poder para seguir dominando, persiguiendo, aterrorizando al pueblo, mis hermanos y herma».
Rafael Aragón Marina, OP