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 Dar a Cesar lo que lo que es del Cesar y a Dios lo que le pertenece: Nuestra dignidad y libertad

Esta sociedad nuestra  necesita recordarle que es la vida del ser humano la que está en juego en la política y en la economía. Y donde está en juego las vidas de las personas, hay que escuchar siempre las exigencias absolutas de Dios puestas por encima de cualquier otro interés del césar, de emperadores de turno o de simples gobernantes autoritarios.

 No se puede arrinconar a Dios al mundo de lo privado para no escuchar su voz que nos pide preocuparnos por el bien, la defensa de la vida  como primera tarea y compromiso de los hombres y mujeres de fe.

 Para Jesús, el césar o la autoridad política de un pueblo y Dios no son dos autoridades de rango semejante que se han de repartir la sumisión de los ciudadanos. Dios está por encima de cualquier césar o autoridad social, política, económica y religiosa, y esta autoridad  no puede nunca exigir al pueblo lo que pertenece a Dios.

El pensamiento de Jesús es bien diferente y es éste pensamiento el que debe inspirar la práctica de nosotros, los cristianos; no cualquier interpretación del evangelio difundida por cualquiera persona que se sienta llamada a liderar la vida de un pueblo. El testimonio de vida debe reforzar el mensaje que se proclama. Por eso es necesario distinguir los diversos ámbitos que constituyen la vida del ser humano, como persona y como miembro de la comunidad, como ciudadano, y atribuirle a cada uno su propia competencia. Pero Jesús no reconoce ningún derecho divino a nada ni a nadie que no sea el de Dios.

No se debe dar a ningún césar lo que es de Dios. Ningún poder humano puede pretender exigencias absolutas sobre la persona y los ciudadanos. Hay que dar a Dios lo suyo, y no sólo en el ámbito privado e individual sino también en la vida social y política. Dar al cesar lo que le pertenece y a Dios lo que es de Dios. A Dios le pertenece toda la persona, creada a su imagen y semejanza y llamada a vivir en fraternidades de hombres y mujeres libres y soberanas, invitadas por el mismo Dios a formar parte de la gran familia humana viviendo en justicia y libertad.

  En nuestra Nicaragua,  en la que crece el poder del estado de manera insospechada, a los ciudadanos nos resulta cada vez más difícil defender la libertad en medio de un ambiente social dominado por el autoritarismo, donde todo está dirigido y controlado perfectamente, has las expresiones de fe de  los creyentes; no podemos de dejarnos robar nuestra conciencia y nuestra libertad por ningún poder humano, por más bondadoso y bueno que quiera presentarse.

 Hemos de cumplir con honradez nuestros deberes ciudadanos, pero no hemos de dejarnos modelar ni dirigir por ningún poder que nos enfrente con las exigencias fundamentales de la fe cristiana heredada de la Iglesia, y quiera orientar las prácticas del santuario sagrado de nuestra conciencia. Es en lo más íntimo de nuestro ser, en nuestra conciencia donde Dios nos habla y revela su acción salvadora a cada uno de nosotros. Por eso respetar la libertad de conciencia de los ciudadanos y ciudadanas es respetar a Dios.

 La lectura atenta del evangelio  no deja lugar a dudas. Lo primero para Jesús es la defensa de la vida. Basta analizar la trayectoria de su actividad. A Jesús se le ve siempre preocupado por suscitar y desarrollar, en medio de aquella sociedad, una vida más sana y más digna para todos y todas. Pensemos en su actuación en el mundo de los enfermos:

Jesús se acerca a quienes viven su vida de manera disminuida, amenazada e insegura, para despertar en ellos una vida más plena. Pensemos en su acercamiento a los pecadores: Jesús les ofrece el perdón que les haga vivir una vida más digna, rescatada de la humillación y el desprecio. Pensemos también en los endemoniados, incapaces de ser dueños de su existencia: Jesús los libera de una vida alienada y desquiciada por el mal.

Más aún, cuando se presenta en la sinagoga de Nazaret, afirma con toda su fuerza que él ha venido a dar liberta a los encarcelados, a proclamar a los pobres su liberación, por que el espíritu de Dios está sobre él. Él es el ungido de Dios para llevar esa misión a buen término.

 Como ha subrayado J. Sobrino, «pobres son aquellos para quienes la vida es una carga pesada pues no pueden vivir con un mínimo de dignidad». Esta pobreza es lo más contrario al plan original del Creador de la vida. Donde un ser humano no puede vivir con dignidad, la creación de Dios aparece allí como viciada y anulada. No es extraño que Jesús se presente como el gran defensor de la vida ni que la defienda y la exija sin vacilar, cuando la ley o la religión es vivida «contra la vida». 

Ya han pasado los tiempos en que se  contraponía «esta vida» (la vida de este mundo, la natural) y la otra vida (la del cielo, la sobrenatural) como dos realidades opuestas. El punto de partida, básico y fundamental es «esta vida» y, de hecho, Jesús se preocupó de lo que aquellas gentes de Galilea más deseaban y necesitaban que era, por lo menos vivir, y vivir con dignidad.  Vivir sin sentirse controlados, perseguidos o asediados por el poder temporal convencido éste, de su poder absoluto, el cual solo le pertenece a Dios. El poder temporal no puede actuar como un Dios y determinar absolutamente la conducta de los ciudadanos.  El punto de llegada y el horizonte de toda la existencia es «vida eterna» y, por eso, Jesús despertaba en el pueblo la confianza final en la salvación de Dios.

 Lo único que Dios quiere es esto: una vida más humana para todos y desde ahora, una vida que alcance su plenitud en la vida eterna. Por eso, nunca hay que dar a ningún César lo que es de Dios: la vida y la dignidad de sus hijos e hijas.

 La realidad que vivimos en Nicaragua de asedio, represión y encarcelamiento del obispo monseñor Rolando Álvarez, encarcelamiento y  exilio de  sacerdotes, religiosos y religiosas ha llevado a situaciones engorrosas a la Iglesia. La respuesta firme y valiente de monseñor Álvarez a la propuesta del régimen ofreciéndole la libertad a cambio del destierro es un ejemplo claro de no permitir dar al Cesar lo que le pertenece a Dios, esto es su dignidad y su libertad.

El obispo Báez, cuenta en sus redes sociales que habló con monseñor Álvarez, cuando todavía estaba secuestrado en Matagalpa, y él le expresó que «no se iría de Nicaragua por ningún motivo, al menos que el Papa se lo mandara» y que la suya era una «decisión en conciencia ante Dios».

«No hay nada que negociar, afirma el obispo auxiliar de Managua. Conozco a Rolando (Álvarez) y nunca negociaría una decisión de conciencia que ha tomado y que yo comprendo plenamente.

Oponerse a la imposición de un determinado mandato o negociación es un derecho que brota de las convicciones íntimas de una persona, ya sean morales o religiosas, que lo llevan a abstenerse de realizar determinados actos. Es dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que le pertenece. En caso así, el objetor de conciencia, se decanta por el no a obedecer a la autoridad, atendiendo a lo que considera un deber que le dicta su conciencia.

En este caso se entiende la objeción de conciencia respecto a toda la norma que proviene de la autoridad superior, del Cesar y que se considera inmoral en cuanto exige una conducta que la persona considera inmoral en sí misma, o como cooperación ilícita a la conducta inmoral del que ejerce la autoridad.

Monseñor Álvarez con su conducta fiel a su conciencia y a Dios, está dando al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que pertenece a Dios: Su dignidad y libertad.

Rafael Aragón OP

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