Fray Rafael Aragón Marina OP
¿Qué podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro corazón? ¿Es posible reaccionar? ¿Podemos salir de la indiferencia? No hay cristianismo verdadero sin escuchar a los que sufren.
La curación del ciego Bartimeo está narrada por San Marcos para urgir a las comunidades cristianas y a nosotros hoy a salir de nuestra ceguera y mediocridad. Solo así podemos seguir a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para nosotros en nuestros días.
No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestra vida.
¿Qué podemos hacer? A pesar de su ceguera, Bartimeo «se entera» de que, por su vida, está pasando Jesús. No puede dejar escapar la ocasión y comienza a gritar una y otra vez: «ten compasión de mí». Esto es siempre lo primero: abrirse a cualquier llamado o experiencia que nos invita a curar nuestra vida.
El ciego no sabe recitar oraciones hechas por otros. Sólo sabe gritar y pedir compasión porque se siente mal. Este grito humilde y sincero, repetido desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el comienzo de una vida nueva. Jesús no pasará de largo.
El ciego sigue en el suelo, lejos de Jesús, pero escucha atentamente lo que le dicen sus enviados: “¡Ánimo! Levántate. Te está llamando”. Primero, se deja animar abriendo un pequeño resquicio a la esperanza. Luego, escucha el llamado a levantarse y reaccionar. Por último, ya no se siente solo: Jesús lo está llamando. Esto lo cambia todo.
Bartimeo, da tres pasos que van a cambiar su vida. “Arroja el manto”, se libera de su modo de entender la vida y la realidad, porque le estorba para encontrarse con Jesús. Luego, aunque todavía se mueve entre tinieblas, “da un salto” decidido. De esta manera «se acerca» a Jesús. Es lo que necesitamos muchos de nosotros: liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe; tomar, por fin, una decisión sin dejarla para más tarde; y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva.
Cuando Jesús le pregunta ¿qué quiere de él?, el ciego no duda. Sabe muy bien lo que necesita: «Maestro, que pueda ver». Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, su vida se transforma. Cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.
Bartimeo es «un mendigo ciego sentado al borde del camino». En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirlo. Está marginado junto al camino por el que marcha Jesús, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación? ¿No somos cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?
Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la nuestra Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos manipulando el Evangelio, pero fuera de su práctica. ¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.
Hoy se oyen en nuestras comunidades cristianas quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.
El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: «¡Ánimo, levántate, que te llama!». Este es el clima que necesitamos crear entre nosotros los cristianas de verdad. Animarnos mutuamente a reaccionar.
No seguir instalados en una religión convencional y tradicional y menos aceptar un mensaje desfigurado para legitimar acciones contrarias al evangelio. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo para los que tenemos la misión de la animación pastoral en nuestra Iglesia.
El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: «Maestro, que recobre la vista». Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y «le seguía por el camino».
Esta es la curación que necesitamos hoy tantos que nos llamamos cristianos y aquellos que usan la religiosidad del pueblo para impresionarnos con su supuesta fe tradicional. Ser cristiano de verdad no es manipular sentimientos, alcionario, mirar y sentir de cerca el dolor del pueblo, su lucha para conseguir la tortilla y los frijoles de cada día; tener un corazón compasivo con los que sufren el destierro y la desnacionalización; solidarizarse con el dolor de tantas familias disperses porque han tenido que abandonar el país consecuencia de la represión. Sentir el dolor de tanta gente es dar un salto cualitativo que puede cambiar nuestra mirada hacia los demás.
Pedir al Señor que abra los ojos de tantos ciegos y cambiar nuestro modo de mirar a Jesús, para leer el Evangelio con ojos nuevos, y captar la originalidad de su mensaje y apasionamos con su proyecto de un mundo más humano. La fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndolo de cerca y sentirán la fuerza liberadora de su mensaje. El amor renueva a las personas, el odio y el egoísmo las seca.