NADA DE PELEAR POR EL PODER ENTRE NOSOTROS
Mientras suben a Jerusalén, Jesús va advirtiendo a sus discípulos del destino doloroso que le espera a él ya los que quieran seguir sus pasos. La falta de conciencia de quienes lo acompañan es increíble. Todavía hoy se sigue repitiendo en muchos de nosotros esta situación. Y en la comunidad cristiana se repite esa misma lucha por estar uno a la derecha y otro a la izquierda del Maestro. Pero mucho más se dan esas peleas por el poder en la sociedad, por más que se identifique con la crist.
En el camino, les va anunciando el destino doloroso que le espera en la capital. Los discípulos no le entienden. Andan disputando entre ellos por los primeros puestos. Santiago y Juan, discípulos de primera hora, se acercan a él para pedirle directamente sentarse un día «el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» cuando establezca su reino. No es una súplica, sino una ridícula ambición. Quieren que los pongan por encima de los
A Jesús se le ve desalentado: «No saben lo que piden». Nadie en el grupo parece entender que seguirlo de cerca, colaborando en su proyecto, siempre será un camino no de poder y grandezas, sino de sacrificio y entrega generosa hasta la muerte, y una muerte en la cruz.
El grupo está más agitado que nunca. La ambición los está dividiendo. Jesús parece sorprendido. No le han entendido nada. Con gran paciencia, los invita a que se pregunten si son capaces de compartir su destino conflictivo y doloroso. Más aún, cuando se enteran de lo que ocurre, los otros diez discípulos se llenan de indignación contra Santiago y Juan. También ellos tienen las mismas aspiraciones. La ambición los divide y enfrenta. La búsqueda de honores y protagonismos interesa siempre rompe la comunión de la comunidad. También hoy, la competencia y el afán de ganar un puesto por encima de los demás es un problema para la unidad. ¿Qué puede haber más contrario a Jesús ya su proyecto de servir a la liberación de la gente que la lucha por el poder entre?
Mientras tanto, Jesús, al enterarse del atrevimiento de los hermanos Santiago y Juan y de la indignación de los otros diez, “los reúne” a todos para dejar claro cuál es la actitud que debe caracterizar siempre a sus seguidores. Conocen de sobra cómo actúan los romanos, “jefes de los pueblos” y “grandes” de la tierra: tiranizan a la gente, las someten y hacen sentir a todos el peso de su poder. Lo que estamos viviendo entre nosotros es un vivo ejemplo de esa realidad que describe a Jesús.
Les exponen lo que sucede en los pueblos del Imperio romano. Todos conocen los abusos de Antipas y las familias herodianas en Galilea. Jesús lo resume así: Los que son reconocidos como jefes utilizan su poder para «tiranizar» a los pueblos: «Entre ustedes, no debe
No quiere ver entre los suyos nada parecido, pues, «El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, que sea esclavo de todos», les dice. Entre los miembros de su comunidad no habrá lugar para el poder que oprime, solo para el servicio que ayude a la liberación de todos y todas. Jesús no quiere jefes sentados a su derecha ya su izquierda, sino servidores como él, que dan su vida por los demás.
Jesús deja las cosas claras. Su proyecto de comunidad no se construye desde la imposición de los de arriba, sino desde el servicio de los que se colocan abajo. No cabe en su plan de salvación jerarquía alguna en clave de honor, dominación y prestigio. Tampoco el desarrollo de métodos y estrategias para conquistar y defender el poder. Es el servicio el que construye la comunidad del proyecto anunciado por Jesús.
Y da tanta importancia a lo que está diciendo que se pone a sí mismo como ejemplo, pues no ha venido al mundo para exigir que le sirvan, sino «para servir y dar su vida en rescate por todos». Jesús no enseña a nadie a triunfar en la comunidad de la Iglesia, sino a servir al proyecto del reino de Dios, desviviéndonos por las personas más débiles y necesitadas de nuestras comunidades, y así ser signos de ese mundo nuevo para nuestra sociedad.
La enseñanza de Jesús no es solo para los dirigentes. Desde tareas y responsabilidades diferentes, hemos de comprometernos todos a vivir con más entrega al servicio de los demás, cuando estos no son respetados en su dignidad humana, sus derechos y necesidades de una vida digna. Para mantenernos fieles a las enseñanzas de Jesús, tenemos que hablar por delante y comprometernos con la práctica de
No necesitamos en nuestras comunidades cristianas ni en las organizaciones de la sociedad imitadores de Santiago y Juan, sino seguidores fieles de Jesús. Los que quieran ser importantes, que se pongan a trabajar y colaborar por el bien de todos, animando y fortaleciendo a los movimientos que trabajan por el bien común de todos los ciudadanos y ciudadanas, fortaleciendo la esperanza en un mundo más justo y fraterno, donde Deja de sonar el estallido de las bombas, termina con las campañas de odio, la venganza, la persecución y el destierro. Un mundo en el que dejemos de escuchar los llantos de los perseguidos y desterrados, porque el mensaje de Jesús penetra nuestros corazones para hacerse presente en los valores culturales de nuestros pueblos y naciones.
Necesitamos todos abrir nuestros corazones al mensaje de Jesús, dejar a un lado el uso y abuso de sus palabras sin contenido alguno. Y tener una práctica que sea coherente entre lo que pensamos y decimos con lo que actuamos, respetando la vida de los demás, con su modo diferente de ver las cosas, de interpretar la realidad. Pues todos hemos sido creados para que disfrutemos de la vida que Dios nos ha dado. Superemos la tentación de Santiago y Juan de aspirar a tener más poder que los demás. Pues la mayor dignidad que nos da liderazgo y categoría de superioridad es poner lo que somos y tenemos al servicio del bien de los demás, del respeto al otro ya su dignidad, de trabajar unidos por el bien de la comunidad, de todo el pueblo.