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Homilía domingo 29 de septiembre

La escena del evangelio de este domingo es sorprendente. Los discípulos se acercan a Jesús con un problema. Esta vez, el portador del grupo no es Pedro, sino Juan, uno de los dos hermanos que andan buscando los primeros puestos cuando Jesús establezca su reino de paz y justicia para todos. Estos hermanos no han captado el mensaje central del proyecto de Jesús. El primero en su reino es el servidor de todos. Ahora, Juan pretende que el grupo de discípulos tenga la exclusiva de Jesús y el monopolio de su acción liberadora.

Se acercan preocupados a Jesús con esta inquietud. Un exorcista no integrado en el grupo está echando demonios en su nombre. Es decir, está liberando a gente poseída por el mal. Los discípulos no se alegran de que la gente quede curada de esos males que les esclavizan y pueda iniciar una vida más humana y digna. Solo piensan en el prestigio de su propio grupo. Por eso, han tratado de cortar de raíz su actuación. Esta es su única razón: «No es de los nuestros».

Los discípulos dan por supuesto que, para actuar en nombre de Jesús y con su fuerza sanadora, es necesario ser miembro de su grupo. Esta mentalidad de los discípulos llega hasta nosotros hoy; nadie puede apelar a Jesús y trabajar por un mundo más humano, si no forma parte de nuestra Iglesia, si no es de los nuestros. ¿Es realmente así? ¿Qué piensa Jesús?

Sus primeras palabras son rotundas: «No se lo impidan», les responde. El Nombre de Jesús y su fuerza liberadora son más importantes que el pequeño grupo de sus discípulos. Es bueno que la salvación que trae Jesús se extienda más allá de la comunidad de la Iglesia establecida y ayude a la gente a vivir de manera más humana. Nadie ha de ver esa actuación como una competencia desleal.

Jesús rompe toda tentación sectaria en sus seguidores. Él no ha venido a constituir su grupo para controlar su proyecto liberador a la gente que sufre o vive bajo la opresión de los poderosos. No es un líder de un grupo cerrado en sí mismo, sino el Profeta de una salvación abierta a toda persona que sufre o está perseguida, padeciendo dificultades. Su Iglesia ha de apoyar su Nombre allí donde es invocado para hacer el bien. No debe poner obstáculos a los que buscan la paz y la justicia.

No quiere Jesús que entre sus seguidores se hable de los que son nuestros y de los que no lo son, los de dentro y los de fuera, los que pueden actuar en su nombre y los que no pueden hacerlo. Su modo de ver las cosas es diferente; tiene una visión amplia, universal: «El que no está contra nosotros está a favor nuestro», les dice.

En nosotros hay muchos hombres y mujeres que trabajan por un mundo más justo y humano, por una sociedad integrada en el respeto y la solidaridad, sin pertenecer a la Iglesia. Algunos ni son creyentes, pero están abriendo caminos al reino de Dios y su justicia. Son de los nuestros. Hemos de alegrarnos en vez de mirarlos con resentimiento. Hemos de apoyarlos en vez de descalificarlos.

Es un error vivir en la Iglesia viendo en todas partes hostilidad y maldad, creyendo ingenuamente que solo nosotros somos portadores del Espíritu de Jesús. Él no nos aprobaría esta acatación. Nos invitaría a colaborar con alegría con todos los que viven de manera evangélica y se preocupan de los más pobres y necesitados, sean de nuestro grupo o no.

A pesar de los esfuerzos de Jesús por enseñarles a vivir como él, al servicio del reino de Dios, haciendo la vida de las personas más humana, más digna y dichosa, los discípulos no terminan de entender el Espíritu que lo anima, su amor grande a los más necesitados y la orientación profunda por la defensa de la vida de cada ser humano, sus derechos como personas y su dignidad.

El relato del evangelio de san Marcos es muy iluminador para nosotros hoy, comprometidos con una Nicaragua nueva. Los discípulos informan a Jesús de un hecho que los ha molestado mucho. Han visto a un desconocido «expulsando los espíritus del mal, los demonios». Está actuando «en nombre de Jesús» y en su misma línea: se dedica a liberar a las personas del mal que les impide vivir de manera digna en paz, en medio de una sociedad donde brille la justicia. Sin embargo, a los discípulos no les gusta el trabajo liberador que está haciendo. No piensan en la alegría de los que son curados por aquel hombre. Su actuación les parece una intrusión que hay que cortar.

Le exponen a Jesús su reacción: «Se lo hemos querido impedir porque no es de los nuestros». Aquel extraño no debe seguir curando porque no es miembro del grupo. No les preocupa el bien que hace sanando a la gente, sino su prestigio de grupo. Pretenden monopolizar la acción salvadora de Jesús: nadie debe curar en su nombre si no se adhiere al grupo.

Jesús reprueba la actitud de sus discípulos y se coloca en una lógica radicalmente diferente. Él ve las cosas de otra manera. Lo primero y más importante no es el crecimiento de aquel pequeño grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo: «el que no está contra nosotros, está a favor nuestro». El que hace presente en el mundo la fuerza curadora y liberadora de Jesús está a favor de su grupo.

Jesús rechaza la postura sectaria y excluyente de sus discípulos que solo piensan en su prestigio y crecimiento, y adopta una actitud abierta e inclusiva donde lo primero es liberar al ser humano de aquello que lo destruye y hace desdichado. Este es el Espíritu que nos ha de animar siempre si queremos ser verdaderos seguidores de Jesús o de su proyecto de vida digna para todo y todos.

Fuera de nuestra Iglesia, hay en el mundo un número incontable de hombres y mujeres que hacen el bien y viven trabajando por una humanidad más digna, más justa y más liberada de todo espíritu maligno, de los demonios de la opresión. En ellos está vivo el Espíritu de Jesús. Hemos de sentirlos como amigos y aliados, nunca como adversarios. No están contra nosotros, pues están a favor de la liberación del espíritu maligno que domina en nuestra sociedad, como estaba Jesús curando del poder de los demonios en aquellos tiempos.

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