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Homilía, domingo 15 de septiembre

Hermanos y hermanas:

El episodio de Cesarea de Filipo ocupa un lugar central en el evangelio de San Marcos. Después de un tiempo de convivir, Jesús hace a sus discípulos una pregunta decisiva: «¿Quién dicen ustedes que soy yo?». En nombre de todos, Pedro le contesta sin dudar: «Tú eres el Mesías». Por fin parece que todo está claro: Jesús es el Mesías enviado por Dios, y los discípulos lo siguen para colaborar con él en su proyecto de liberación.

Pero Jesús sabe que no es así. Todavía sus seguidores necesitan aprender algo muy importante. Es fácil confesar a Jesús con palabras estereotipadas y discursos hechos, pero aún no saben lo que significa seguirlo de cerca, compartiendo su proyecto de vida y su destino. San Marcos dice que Jesús «empezó a enseñarles» que debía sufrir mucho, que iba a ser perseguido. No es una enseñanza más, sino algo fundamental que sus discípulos tendrán que asimilar poco a poco.

Jesús les habla «con toda claridad» desde el principio. No les quiere ocultar nada. Tienen que saber que el sufrimiento y la persecución lo acompañarán siempre en su tarea de abrir caminos a su proyecto de vida y justicia para todos, lo que él llama el Reino de Dios. Al final, será condenado por los dirigentes religiosos y morirá ejecutado violentamente por el poder romano que domina a su pueblo. Solo al resucitar se verá que Dios está de su lado.

Pedro se rebela ante lo que está oyendo de Jesús. Su reacción es increíble. Lo toma consigo y se lo lleva aparte para «increparlo». Había sido el primero en confesarlo como Mesías, y ahora es el primero en rechazarlo. Quiere hacerle ver a Jesús que lo que está diciendo es absurdo. No está dispuesto a que siga ese camino. Jesús ha de cambiar esa manera de pensar.

Jesús reacciona con una dureza desconocida. De pronto ve en Pedro los rasgos de Satanás, el tentador del desierto que busca apartar a las personas de la voluntad de Dios y de su plan de vida digna. Se vuelve hacia los discípulos y “reprende” literalmente a Pedro con estas palabras: «Ponte detrás de mí, Satanás»: vuelve a ocupar tu puesto de discípulo. Deja de tentarme. «Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». Luego llama a la gente y a sus discípulos para que escuchen bien sus palabras. Las repetirá en diversas ocasiones. No las han de olvidar jamás: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga».

Seguir a Jesús no es obligatorio. Es una decisión libre de cada persona. Pero debemos tomar en serio a Jesús. No bastan confesiones fáciles ni discursos pseudo-religiosos. Si queremos seguirlo en su tarea apasionante de hacer un mundo más humano, digno y dichoso para todos y todas, debemos estar dispuestos a dos cosas. Primero, renunciar a proyectos o planes que se oponen al Reino de Dios. Esto significa vivir en un mundo donde se respete la paz con justicia, donde se valore la vida de cada persona y no se atente contra sus derechos y su dignidad. Segundo, aceptar los sufrimientos que puedan venir por seguir a Jesús e identificarnos con su causa. Es decir, asumir responsablemente el compromiso de trabajar por una sociedad digna, donde el respeto a la dignidad y libertad de las personas sea tomado en serio y se valore como la mayor alabanza y culto que se le da a Dios.

Este episodio ocupa un lugar central y decisivo en el relato de Marcos. Los discípulos ya llevan un tiempo conviviendo con Jesús. Ha llegado el momento de pronunciarse con claridad. ¿A quién están siguiendo? ¿Qué descubren en Jesús? ¿Qué perciben en su vida, su mensaje y su proyecto?

Desde que se unieron a él, viven cuestionándose sobre su identidad. Lo que más les sorprende es la autoridad con la que habla, la fuerza con la que cura a los enfermos y el amor con el que ofrece el perdón de Dios a los pecadores. ¿Quién es este hombre en quien sienten tan presente y cercano a Dios como Amigo de la vida y del perdón?

Entre la gente que no ha convivido con él circulan todo tipo de rumores, pero a Jesús le interesa la opinión de sus discípulos: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». No basta con que entre ellos haya opiniones diferentes más o menos acertadas. Es fundamental que los que se han comprometido con su causa reconozcan el misterio que se encierra en él. Si no es así, ¿quién mantendrá vivo su mensaje? ¿Qué será de su proyecto del Reino de Dios? ¿En qué terminará aquel grupo que están tratando de poner en marcha?

Pero la cuestión es vital también para sus discípulos. Les afecta profundamente. No es posible seguir a Jesús de manera inconsciente y ligera. Deben conocerlo cada vez con mayor profundidad. Pedro, recogiendo las experiencias que han vivido junto a él hasta ese momento, responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías».

La confesión de Pedro es todavía limitada. Los discípulos no conocen aún la crucifixión de Jesús a manos de sus adversarios. No pueden ni imaginar que será resucitado por el Padre como Hijo amado. No tienen experiencias que les permitan captar todo lo que se encierra en Jesús. Solo siguiéndolo de cerca, lo irán descubriendo con una fe creciente.

Para los cristianos, es vital reconocer y confesar cada vez con mayor profundidad el misterio de Jesús, el Cristo. Si ignoramos a Cristo, los cristianos, o aquellos que nos llamamos cristianos, vivimos ignorando el compromiso de fe que profesamos. Para conocer y confesar a Jesucristo, no basta con llenar nuestra boca de frases cargadas de falsedad: hablar de paz y de amor mientras se persigue, se asedia, se priva de libertad, se quita la nacionalidad y se avasallan los derechos fundamentales de las personas. Es necesario seguirlo de cerca y colaborar con él día a día. Esta es la principal tarea que debemos promover en las iglesias perseguidas, en los cristianos amenazados y asediados, en los grupos y comunidades: confesar a Jesús como Mesías y liberador de cada uno de nosotros y de todo el pueblo, pero con hechos de verdad, que con su calidad humana den testimonio de respeto a cada persona, sus derechos y su dignidad.

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