Publicación del periodista Guillermo Cortés Domínguez.
El 30 de mayo del 2018 ocurrió una de las mayores matanzas causadas por la dictadura de la familia Ortega-Murillo al reprimir una enorme manifestación popular que estaba llegando a su final en Metrocentro y la UCA, en conmemoración del Día de las Madres y en protesta contra la tiranía. Era la protesta más grande de las últimas seis semanas y quizá de la historia contemporánea.
La marcha había sido convocada seis días antes en apoyo a las madres que habían perdido a sus hijos en la violenta represión de la dictadura, cuya orden de “¡Vamos con todo!” ya había causado 76 muertos, la mayoría jovencitos. Este día se agregarían 19 víctimas.
Venía feliz, entusiasmado, por la Carretera a Masaya, marchando con mi esposa y personas de la Articulación de Movimientos Sociales (AMS), pero me separé de la multitud sin precedentes para subirme al puente peatonal que está por la embajada de México a fin de tomar detalles de la gente que avanzaba como un río tumultuoso y de los carteles que portaba, para una nota periodística que escribiría. Escuchaba muchas consignas y leía una gran cantidad de afiches alusivos a la madre nicaragüense.
Fusiles “Dragunov”
Después caminé rápido hacia el centro comercial Metrocentro, hasta donde ya había llegado la cabeza de la marcha, incluso había grupos de personas por las universidades UCA y UNI. Me subí al puente que está al norte de la rotonda Rubén Darío, observé movimiento de sombras negras en el Estadio Denis Martínez y escuché los primeros balazos. Entonces me pareció claro que iban a reprimir violentamente, me invadió el miedo y traté de salir de ahí lo más rápido posible.
No sabía que en el Estadio Denis Martínez esas sombras eran tiradores especializados, quizás del Ejército, armados con fusiles de larga distancia de esta institución (Dragunov), que habían recibido la sanguinaria orden de disparar a matar. “Del pecho para arriba”, les ordenaron a los francotiradores.
Entre gritos de alarma, desesperación e impotencia, del lado de la UNI varios motociclistas empezaron a sacar con urgencia a jóvenes heridos en la cabeza, muchos de los cuales ya iban muertos cuando se dirigían a algún hospital. Fue una carnicería. La guardia orteguista también asesinó a tres personas en Chinandega y a otras en Masaya y Estelí. Hubo cerca de 200 lesionados.
Una batería de expertos fusileros
No ordenaron contener la manifestación con la presencia intimidante de grupos de guardias antimotines ni disparos de salva, de bombas lacrimógenas o balas de hule, sino que organizaron una batería de expertos fusileros que se turnaban en la matanza, pues mientras llenaban los que vaciaban de primero sus cargadores de tiros, otros disparaban a la cabeza.
Con mi esposa logramos reunirnos una hora después y refugiarnos en una casa de Colonial Los Robles, mientras escuchábamos el estrépito de los disparos y percibíamos el terror y la desesperación de la multitud que trataba de salir de la zona para evitar las balas criminales. Mucha gente corría despavorida por la calle. Unos cinco mil ciudadanos se refugiaron en la Universidad Centroamericana.
Semanas después la revista “Confidencial” publicó un extraordinario reportaje sobre la represión de ese día. Mostró por medio de radiografías los orificios en las cabezas o la parte superior del pecho de casi veinte jóvenes asesinados criminalmente por los francotiradores de la dictadura.
Este fue el regalo de la tiranía de los Ortega-Murillo a la madre nicaragüense.