Cuando los y las estudiantes de la Universidad de Columbia (Nueva York) plantaron sus tiendas de campaña en los terrenos del campus el pasado 17 de abril, probablemente no previeron todo lo que ocurriría después. Seguramente anticiparon algunas cuestiones estratégicas, comunicativas y logísticas; incluso manejaron la altísima probabilidad de que se produjeran algunos arrestos y los tacharan de ‘antisemitas’. Pero, como aquella treintena de personas que acamparon en la Puerta del Sol de Madrid un 15 de mayo de 2011, quizás no anticiparon la magnitud del movimiento que están inspirando y los cambios que esto podría precipitar.
Una marea de acampadas de solidaridad con Gaza (‘Gaza solidarity encampments’) recorre los campus de las principales universidades de Estados Unidos: desde Harvard, Yale o la NYU; pasando por las universidades de Michigan, Minnesota, California y decenas más. Ni la represión policial ni los centenares de arrestos ni los hostigamientos de las últimas semanas están logrando frenar el movimiento. Por el contrario, este crece cada día como una bola de nieve, sumando el apoyo de profesorado, empleados y empleadas de universidad, liderazgos políticos y personalidades de la cultura en solidaridad con el pueblo palestino. Las protestas han llegado a tener su eco en Europa, donde más de 200 estudiantes ocuparon el pasado viernes el campus de la Universidad de Science Po, en París. Francia es, junto a Alemania, uno de los países donde más ha aumentado la criminalización de la solidaridad con Palestina en toda Europa.
La intensidad de los disturbios en EEUU ha provocado que las universidades pasen a impartir muchas de sus clases en formato virtual hasta el final del semestre, cuando tienen lugar las ceremonias de graduación. Mientras tanto, los y las estudiantes y profesoras movilizadas, muchas de ellas musulmanas, judías y/o racializadas, se exponen a la apertura de expedientes, expulsiones y detenciones con cargos de hasta 3er grado, como el que afronta una estudiante palestina de la City University de New York (CUNY) por utilizar pintura de tiza lavable sobre propiedad pública, según denunció el grupo estudiantil de la acampada en su cuenta de instagram (@cunygse) el pasado sábado.
Quienes acampan en las universidades han entendido que esto también va de ellos y ellas mismas; de sus comunidades y colectivos; de las personas marginadas y excluidas en sus propias sociedades
En el centro de la cuestión está el genocidio en Gaza y la solidaridad internacional con el pueblo palestino, y así lo están manifestando los estudiantes. Pero también han entendido que esto va mucho más allá de Palestina: esto también va de ellos y ellas mismas; de sus comunidades y colectivos; de las personas marginadas y excluidas en sus propias sociedades. Primero por una cuestión muy material: la conexión de Israel con innumerables gobiernos —más o menos democráticos o autoritarios— y aparatos represores en todo el mundo. Israel es un centro fundamental de producción y abastecimiento de armas, tecnología y know how para la represión y criminalización de la protesta a nivel mundial. Especializado en el desarrollo de la más avanzada tecnología militar, exporta ingentes cantidades de armamento ‘de probada eficacia en combate’ a gobiernos del mundo entero. Esto incluye drones e inteligencia artificial que son utilizados por esos mismos gobiernos para perseguir activistas y hacer perfiles raciales; así como softwares de espionaje como el ya conocido Pegasus.
Por otro lado, el nivel de represión con el que están reaccionando las instituciones en EEUU —y también en Europa— responde a uno de los grandes efectos producidos por el 7 de octubre en la arena geopolítica mundial: y es una disputa ideológica abierta contra la hegemonía cultural occidental. La colaboración y complicidad de los gobiernos occidentales con Israel ante los crímenes que está cometiendo en Palestina han abierto una gran brecha entre instituciones y ciudadanía, y han puesto de manifiesto las contradicciones y límites del relato de Occidente sobre sí mismo. Las protestas del movimiento estudiantil en solidaridad con Gaza son un claro ejemplo de lucha contrahegemónica de nuestro tiempo que está poniendo en riesgo la ‘legitimidad’ o consentimiento de nuestras sociedades necesario para sostener la hegemonía occidental. Eso explica la oleada criminalizadora de la solidaridad con Palestina y la intensidad con la que los gobiernos occidentales pretenden silenciarla.
A pesar de ello, los estudiantes se muestran tenaces. Reclaman un alto el fuego inmediato y permanente en Gaza, el corte de los vínculos financieros y la colaboración de sus universidades con Israel y con las empresas que están apoyando el genocidio, así como la protección de las estudiantes detenidas y de la libertad de expresión. Mientras tanto, se han podido oír declaraciones como las del presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Mike Johnson, quien planteó públicamente que planeaba llamar al presidente Biden para exigir acciones contra las movilizaciones, incluido un plan para una posible movilización de la Guardia Nacional.
Las protestas estallaron al tiempo que, del lado oriental del Mediterráneo, se producía el intercambio de represalias entre Irán e Israel tras el ataque israelí a la Embajada de Irán en Damasco el primer día de abril. La tensión vivida durante casi todo este mes de abril hizo temer una escalada regional y logró desviar la atención de la ofensiva y el asedio israelí sobre Gaza. Las movilizaciones estudiantiles han vuelto a poner el foco sobre un genocidio que ya se ha cobrado la vida de casi 42 mil personas —incluyendo las desaparecidas— y por el que unas 78 mil han sido heridas. Pero no han logrado frenar la aprobación por parte del gobierno de Biden de un nuevo paquete de ayuda que incluía unos 17 mil millones de dólares para Israel, quien ya está acumulando sus tanques en la frontera con Rafah y amenazando con atacar la zona sur de la Franja.
Un movimiento estudiantil, incipiente y diverso, inspirado en las luchas estudiantiles que lo precedieron, está siendo reprimido con las armas que un día, probablemente, fueron empleadas para reprimir a los y las palestinas
Es difícil mirar estos hechos y no rememorar otros momentos históricos encabezados por el movimiento estudiantil, como el de Mayo del 68 o las protestas contra la guerra de Vietnam que se gestaron durante los 60 y 70 en Estados Unidos. Entonces los estudiantes quemaban sus cartillas militares en rechazo al reclutamiento y a la guerra misma. Hoy el ejército estadounidense está formado por profesionales de la guerra cualificados, muchos de ellos adiestrados por el ejército israelí. Y un movimiento estudiantil, incipiente y diverso, inspirado en las luchas estudiantiles que lo precedieron, está siendo reprimido con las armas que un día, probablemente, fueron empleadas para reprimir a los y las palestinas.
Si bien es cierto que el número de manifestaciones por Palestina —o la presencia ciudadana en las mismas— se ha visto reducida respecto al tirón de los primeros meses, también lo es que el movimiento internacional de solidaridad sigue muy presente y ganando peso gradualmente. Cada vez son más las personas en todo el mundo que son conscientes de que lo que se está dirimiendo en Palestina es un asunto que implica a toda la humanidad. Por lo que es verdad eso de que Palestina está enseñando una gran lección al mundo: y es hasta qué punto la lucha del pueblo palestino está interconectada con el resto de luchas de los pueblos y colectivos oprimidos del mundo. Eso es, precisamente, lo que refleja la consigna ‘Palestine will free us all’ (Palestina nos liberará a todos/as). Los y las estudiantes movilizadas en EEUU son, quizás, quienes mejor lo han entendido. Y muchas de las personas que vivieron aquel 15 de mayo de 2011 en España quizás hoy estén rememorando aquella lucha, y otras muchas estén preguntándose: ¿llegará el eco de las protestas estudiantiles a este país? La acampada iniciada en la Universidad de Valencia en la tarde de ayer 29 de abril parece ser la primera respuesta.