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No busquen entre los muertos a la vida 

Rafael Aragón OP| Director de Radio Veritas 

Pedro, Santiago, Juan, ya no volverán a ser los mismos. El encuentro con Jesús, lleno de vida después de su ejecución, transformó totalmente la vida de sus discípulos. Comenzaron a ver todo de manera nueva. Dios había resucitado a Jesús. Su vida tenía sentido, su mensaje de amor hecho servicio a los demás era avalado por Dios mismo. Pronto sacaron las consecuencias.

Dios es amigo de la vida. No había ahora ninguna duda. Lo que había dicho Jesús era verdad: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos». Los hombres podrán destruir la vida de mil maneras, pero si Dios ha resucitado a Jesús, esto significa que sólo quiere la vida para sus hijos. No estamos solos ni perdidos ante la muerte. Podemos contar con un Padre que, por encima de todo, incluso por encima de la muerte, quiere vernos llenos de vida. En adelante, sólo hay una manera cristiana de vivir. Se resume así: poner vida donde otros ponen muerte.

 Dios es de los pobres. Lo había dicho Jesús de muchas maneras, pero no era fácil creerle. Ahora es distinto. Si Dios ha resucitado a Jesús, quiere decir que es verdad: «felices los pobres, felices los perseguidos por la causa del bien y la justicia, felices los que lloran… porque Dios les pertenece». La última palabra sobre su destino no la tiene el Emperador romano, ni Pilato, su delegado, la última decisión tampoco  es de Caifás ni de Anás, jefes del Templo de Jersalén. Dios es el último defensor de los que no interesan a nadie, los pobres, los injustamente encarcelados, los exiliados, los privados de identidad nacional. Sólo hay una manera de parecerse a él: defender a los indefensos, asediados y perseguidos.

 Dios resucita a los crucificados. Dios ha reaccionado frente a la injusticia criminal de quienes han crucificado a Jesús. Si lo ha resucitado es porque quiere introducir justicia por encima de tanto abuso y crueldad como se comete en el mundo. Dios no está del lado de los que crucifican, está con los crucificados. Sólo hay una manera de imitarlo: estar siempre junto a los que sufren, luchar siempre contra los que hacen sufrir.

 Dios secará nuestras lágrimas. Dios ha resucitado a Jesús. El rechazado por todos ha sido acogido por Dios. El despreciado ha sido glorificado. El muerto está más vivo que nunca. Ahora sabemos cómo es Dios. Un día él «enjugará todas nuestras lágrimas, y no habrá ya muerte, no habrá llanto ni dolor. Todo eso habrá pasado».

El Señor nos promete una vida nueva donde reine el amor y la justica.

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