Jesús conocía muy bien cómo disfrutaban los campesinos de Galilea en las bodas que se celebraban en las aldeas. Sin duda, él mismo tomó parte en más de una. ¿Qué experiencia podía haber más gozosa para un pobre campesino de aquellos tiempos que ser invitado a una boda y poder sentarse con los vecinos a compartir juntos un banquete de fiesta?
Este recuerdo vivido desde niño le ayudó en algún momento a comunicar su experiencia de Dios de una manera nueva y sorprendente. Según Jesús, Dios está preparando un banquete final para todos sus hijos e hijas pues, a todos, no a solo “mis adeptos o a los que sintonizan con mis ideas”, estamos invita a la fiesta. Tomar en cuenta esto es muy importante, si queremos promover el proyecto amoroso de Jesús con todos nosotros. Él quiere ver sentados a la mesa a todos: buenos y malos. Dios no excluye a nadie. Su único anhelo es que la historia humana termine en una fiesta gozosa. Su deseo, que la sala espaciosa del banquete se llene de invitados. Todo está ya preparado. Nadie puede impedir a Dios que haga llegar a todos su invitación disfrutando para siempre de una vida plenamente feliz y dichosa.
Podemos decir que Jesús entendió su vida entera como una gran invitación a todos, sin dejar a nadie fuera, y menos privarles de su libertad por puro capricho. Jesús no impone nada a la fuerza, no presiona a nadie. Anuncia la Buena Noticia de Dios, despierta la confianza en el Padre, enciende en los corazones la esperanza. A todos les ha de llegar su invitación, sin restricción ninguna. Jesús no es sectario ni tiene acepción de personas, incluye a todos y todas, cualquiera que sea su modo de pensar, todos y todas somos hijos de Dios, hermanos y hermanas invitados a la gran fiesta del reino del amor fraterno.

¿Qué hemos hecho con esta invitación de Dios al banquete de bodas? ¿Quién anuncia esta invitación hoy? ¿Quién la escucha? Es tarea de todos nosotros, los cristianos, pero parece que en Nicaragua nos han robado el puesto, pues, la autoridad muy satisfecha con la lógica de su proyecto político, sorda a las necesidades del pueblo, profundamente irrespetuosa de los sentimiento y tradiciones religiosas de la gente, impone criterios para valorar a los que son dignos de participar en el banquete de la vida y los indignos de estos derechos. Para estos impone la represión, la cárcel y el exilio. Todo en nombre del bien común, de la paz y la alegría del pueblo. Una total contradicción con el mensaje de Jesús. No hay más que leer los Evangelios para ver con claridad esas intenciones manipuladoras. A los seguidores de estos planteamientos les puede parecer que no necesitan de Dios, pues, piensan que es la autoridad donde se manifiesta la voluntad soberana sobre el pueblo. Queridos hermanos y hermanas, no podemos acostumbrarnos a escuchar impasibles esos mensajes herrados y menos a aceptar que se nos imponga esa realidad.
Jesús era muy realista al invitarnos a formar parte de la comunidad que él quería forma. Sabía que la invitación al banquete de su reino de amor y justicia iba a recibir oposición, rechazo y hasta manipulación por los dirigentes del pueblo. En la parábola de “los invitados a la boda” del evangelio de hoy, se habla de diversas reacciones de los invitados. Unos rechazan la invitación de manera consciente y rotunda: “no quisieron ir”. Otros responden con absoluta indiferencia: “no hicieron caso”. Y otros ponen escusas o tratan de manipular la invitación a su favor, pues tienen otros intereses, les importa más su proyecto, como es la defensa de su poder, sus propiedades, tierras y negocios, que ser dóciles a la invitación de Jesús: Construir una sociedad nueva donde reina la paz como fruto de la justicia.

Pero, según la parábola, Dios no se desalienta con esas falsas respuestas. Por encima de todo, habrá una fiesta final. El deseo de Dios es que la sala del banquete se llene de personas, invitando los que están por los caminos, buenos y malos. Hoy hay que ir en búsqueda de los exiliados, perseguidos y asediados, de los prisioneros y expatriados. Estos son los que están en los cruces de los caminos, gente errante, que vive sin esperanza y sin futuro. Esta es la misión de La Iglesia. Nadie ni nada puede impedirlo y menos arrebatarnos este llamado de Jesús a la comunidad cristiana. La Iglesia ha de seguir anunciando con mucha fe y llena de esperanza la invitación que Dios nos hace a todos y todas, sin exclusión, a proclamar con fuerza y valentía los valores auténticos del Evangelio. La defensa de la vida, en primer lugar, su dignidad y la libertad. El amor verdadero, hasta el perdón y la reconciliación con los hermanos y hermanas. Una reconciliación que nos libere del odio y la venganza. Pues un pueblo, donde los dirigentes practican y promueven la venganza y el odio, no tiene futuro, pues está dominado por el poder del maligno.
El papa Francisco está preocupado por una predicación obsesiva, que consiste en “la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas y enseñanzas que se intentan imponer a base de consignas repetidas por la dirigencia del pueblo”, corre el mayor peligro, según el papa Francisco, que ya no es “propiamente el Evangelio lo que se anuncia, sino algunos acentos doctrinales o enseñanzas que proceden de determinadas opciones ideológicas. Así este mensaje corre el riesgo de perder su frescura y deja de tener el olor al mensaje del Evangelio de Jesús”. Muy importante este mensaje de Francisco, que lleva en su corazón la dramática realidad que sufrimos en la Iglesia de Nicaragua.
A través de sus parábolas Jesús va descubriendo a sus seguidores cómo experimenta a Dios, cómo interpreta la vida desde sus raíces más profundas y cómo responde a los enigmas más recónditos de la condición humana.
Quien entra en contacto vivo con sus parábolas comienza un cambio en su vida. Algo «sucede» en nosotros. Dios no es como lo imaginamos. La vida es más grande y misteriosa que nuestra rutina convencional de cada día. Es posible vivir con un horizonte nuevo. Escuchemos el punto de partida de la parábola llamada «Invitación al Banquete».
Dios está preparando una fiesta final para todos sus hijos e hijas, pues a todos quiere ver sentados junto a él, en torno a una misma mesa, disfrutando para siempre de una vida plena. Esta imagen es una de las más queridas por Jesús para sugerir el final último de la historia humana.
Jesús no predica doctrina, despierta el deseo de acercarnos a Dios como fuente de la vida, el bien y la bondad. No impone ni presiona a nadie. No es excluyente. Invita y llama a todos y todas al banquete. Libera de miedos y enciende la confianza en Dios. En su nombre, acoge a su mesa a pecadores e indeseables. A todos ha de llegar su invitación.
Pero ahora lo mejor es ir a «los cruces de los caminos» por donde pasan tantas gentes errantes, sin tierras ni negocios, a los que nadie ha invitado nunca a nada. Ellos pueden entender mejor que nadie la invitación. Pueden recordarnos la necesidad última que tenemos de Dios. Pueden enseñarnos a despertar la esperanza.
Rafael Aragón OP