La encargada de la comunicación de régimen hace declaraciones como esta: “Que pidan perdón los desterrados, los privados de libertad, los excarcelados y privados de la nacionalidad, y así integrarse a la sociedad y trabajar por una Nicaragua en paz”. A la señora que habla tanto de cristianismo se le ha olvida cumplir el consejo de Jesús: Tratar a los demás como quieres que te traten a vos y no como tú estás tratando a la mayoría de los nicaragüenses. Para lograrlo hay que pasar por la puerta estrecha de la conversión, mis queridos hermanos y hermanas.
La palabra de Jesús: “traten a los demás como quieres que ellos te traten a vos”, esta petición encuentra su caso extremo en el amor al enemigo. Cuando Jesús habla de este amor ofrece la gran razón del mismo, aplicable al modo como debemos tratar al otro: hay que amar al enemigo no porque nos guste lo que hace, porque no nos gusta nada, ya que el enemigo es el que desea mi daño, mi destrucción, mi desaparición.
En este sentido la razón del amor al enemigo es el amor de Dios, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Para ser hijos de este Padre, hay que comportarse como él. Pues el hijo se parece al padre, no en su estatura o en su rostro, sino en su carácter, en su talante, en su modo de ser y de actuar con los mismos valores recibidos de él
Los campesinos que escuchaban a Jesús le entendían perfectamente: Dios ama a los soldados romanos, esos soldados que los obligan a pagar unos impuestos abusivos, esos soldados que los maltratan. Si querés ser hija e hijo del Padre celestial, tenés que amarles. ¿Cómo es posible amar a alguien con el que estoy en el más completo desacuerdo y que desearía, con toda razón, que desapareciera de mi vista?
Pues no devolviendo mal por mal, no haciéndole lo que él te hace, más bien deseándole que deje de hacerlo, y rezando para que deje de hacerlo. Amar al enemigo es orar por el enemigo, y pedir al Señor que el enemigo deje de hacer daño. Si pedimos eso, estamos deseando el bien de nuestro enemigo. Y desear el bien, es amar.
Cuando pasamos de los asuntos sociales, a los personales o a los que afectan, el principio de amar a los enemigos resulta más difícil. Entonces ocurre eso que dice Jesús después de enunciar su gran propuesta de tratar al otro como desearía que me traten a mí: es “entrar por la puerta estrecha”. Sí, no es fácil ni cómodo. Pero es posible, porque por la puerta estrecha se puede pasar cuando uno se achica un poco, deja a un lado su soberbia y se despoja de cinismo que le doblega. En nuestras relaciones siempre nos podemos encontrar con gente que nos hace daño o no nos trata bien. Para cumplir el consejo de Jesús de tratar al que nos hace daño, no como nos trata, sino como quisiéramos que nos tratara, hay que pasar por la puerta estrecha.
Eso sí, los que pasan por la puerta estrecha son como los buenos deportistas, que deben esforzarse cada día para llegar a la meta. Mientras duran los entrenamientos, mientras se someten a regímenes alimenticios o se privan de noches de fiesta, lo pasan mal, tienen que hacerse violencia.
Pero esta violencia propia les permite llegar a la meta y lograr el triunfo. Y con el triunfo todos los esfuerzos quedan compensados y aparece la alegría.
El cristiano es como un deportista. La diferencia entre el deportista evangélico y el mundano es que, mientras en las competiciones mundanas solo gana uno, o solo hay medallas para tres, en la competición evangélica hay medalla de oro para todos, porque todos ganan, ya que con Cristo todos llegamos los primeros a la meta.
A laprimera dama, se le cae la baba hablando de paz y amor en el pueblo y presentándose ella como la promotora absoluta de los valores cristianos, como que fuera la enviada del mismo Dios, si no es que se considera ella misma un DIOS para imponer sus criterios de conducta a todo el pueblo, no solo los criterios de conducta, sino crear la verdad sobre la realidad y los hechos histórico, contrario a todo lo que el pueblo ha vivido y está viviendo. Y con esa verdad, la verdad de ella, imponer la lógica que debe orientar a los ciudadanos y ciudadanas. Una verdadera contradicción a la que nos predica. Una actitud al estilo fariseo, actitud rechazada por Jesús.
Rafael Aragón