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Amar no es cuestión de palabras, es un entregarme generosamente a los demás

El evangelio de hoy es una crítica profunda a los que se consideran felices propietarios de la fe verdadera» y ofrecen “su religión” como un «seguro de vida» para todos, sin que su fe sea impulso creativo y dinamizador de sus personas siguiendo los pasos de Jesús, que nos habla de amor, justica y respeto a la persona como signo del perdón y la misericordia de Dios con nosotros. Hablan de Dios, usan su mensaje y a la vez tienen el corazón envenenado para reprimir y controlar al pueblo; asedian, condenan, e irrespetan sin razón alguna la vida de cualquiera. La  forma de actuar Dios padre de perdón y misericordia no es soportada por esta gente. Por más que quieran manifestar su fe con piadosas palabras, ni el pueblo ni el mismo Dios aprueba esa forma farisea de actuar y de expresar con discursos sus falsos sentimientos.  Reflexionemos el mensaje que Jesús nos ofrece hoy en el evangelio.

 Vemos la actualidad de la parábola de Jesús de este domingo. Lo importante no son las palabras que pronuncian los dos protagonistas del relato, sino su conducta real. Sólo hace la voluntad del padre el hijo que de hecho va a trabajar a la viña. Ser creyente es algo más que recitar fórmulas tomadas de la tradición cristianas  o confesar nuestra simpatía por la concepción cristiana de la vida.

No nos apresuremos a considerarnos creyentes ninguno de nosotros, y menos a ver en los que dirigen el destino de nuestro pueblo ejemplos de fe  verdadera. La fe no es algo que se posee sino un proceso que se vive y se testimonia con el ejemplo en la práctica diaria. Por eso más importante que confesarnos cristianos o hablar de Dios, a tiempo y a destiempo, es esforzarse como practicar los valores del evangelio, para llegar a ser buenos cristianos. Más que hablar de paz y amor, ser cristiano es llevar esos valores a la práctica y mostrar con tus actuaciones el respeto a la vida de las personas presas, valorar sus derechos y su dignidad. Y a las personas perseguidas  ofrecerles una luz  de esperanza en el camino de su vida. Hablar de paz y amor y tener a monseñor Álvarez encerrado en las mazmorras indignas es una gran contradicción. Pues los  hechos, que manifiestan los sentimientos malignos que anidan en tu corazón, muestran más la falsedad de las palabras pronunciadas por tu boca.

 La parábola de Jesús nos obliga a revisar nuestro cristianismo. La fe no consiste en pensar sino en recorrer el camino propuesto por Jesús. Somos creyentes en la medida en que la fe desencadena en nosotros una nueva manera de vivir siguiendo las huellas trazadas por el Maestro.

La parábola, dirigida por Jesús a los sacerdotes y dirigentes religiosos del antiguo pueblo de Dios, es una fuerte crítica a los y las que se levantan como grandes «profesionales» de la religión, que tienen continuamente en sus labios el nombre de Dios, pero, acostumbrados a la religión, terminan por olvidar o ser insensibles a la verdadera voluntad del Padre del cielo. Según Jesús lo único que Dios quiere es que sus hijos e hijas vivamos desde ahora una vida digna y dichosa. ¿Qué vida digna y dichosa ofrecen nuestros dirigentes a los miles de exiliados, expatriados, y a todo un pueblo asediado y perseguido por no pensar como ellos y ella piensa? El criterio para actuar según la voluntad del padre es ayuda a las personas a vivir dignamente, tratar a todos con respeto y comprensión, contagiar confianza en los ciudadanos y ciudadanas, contribuir con nuestras actuaciones a una vida más humana y digna para todos y todas sin exclusión, así cumpliremos la voluntad de Dios nuestro padre.

 Jesús advierte muchas veces a los escribas, sacerdotes y dirigentes religiosos de uno de los peligros que amenazan a los «profesionales» de la religión: hablan mucho de Dios, creen saberlo todo de él, predican en su nombre la ley, el orden y la moral. Pueden ser personas celosas y diligentes, pero pueden terminar haciendo la vida de las personas más dura y penosa de lo que ya es, esto es lo que observamos en nuestro pueblo.

Hoy en Nicaragua nos encontramos con personas hablando de religión, acusan, amenazan y hasta condenan en nombre de Dios, sin despertar nunca en el corazón de nadie el deseo de una vida más digna para todo el pueblo. En esa forma de entender la religión, todo parece estar en orden, todo es perfecto, todo se ajusta a la ley o los criterios que rigen su orientación, pero al mismo tiempo, todo es frío y rígido, hasta con grandes expresiones de inhumanidad, nada invita a defender la vida de la gente que sufre asedio y persecución. Ese modo de entender lo religioso no contribuye a proponer una vida más plena y digna para todos y todas.

 Por eso al terminar la parábola, Jesús añade estas palabras terribles: «Los publicanos y las prostitutas los llevan la delantera a ustedes dirigentes del pueblo en el camino del Reino de Dios». Los excluidos oficialmente del ideal religioso propuesto por ustedes, los que no saben cómo poner en orden su vida, los que aparentemente tienen poco que ver con el Dios de ustedes, con su pensamiento y su ideología, están más cerca del Dios verdadero, pues entienden y acogen mejor la comprensión y la bondad, el perdón y la misericordia de Dios con todos que ustedes dirigentes del pueblo.

Jesús está en Jerusalén, centro del poder político y religioso, se siente asediado por  los que han dicho un gran «sí» al Dios de la religión oficial, y no sienten necesidad de convertirse. Por eso, cuando vino el profeta Juan a preparar los caminos de Señor, le dijeron «no», cuando llega Jesús invitándolos a entrar en su reino, siguen diciendo «no».

 Por el contrario, los publicanos y las prostitutas son los desechados de la lógica del poder establecido, los desobedientes, «profesionales del mal y del pecado»: los que han dicho un gran «no» a ese Dios predicado por los dirigentes, los que se han colocado fuera de la ley oficial. Sin embargo, su corazón se mantiene abierto a la conversión. Cuando vino Juan creyeron en él; al llegar Jesús lo  acogieron.

 La religión no siempre conduce a hacer la voluntad del Padre. Nos podemos sentir seguros en el cumplimiento de nuestros deberes religiosos y acostumbrarnos a pensar que nosotros no necesitamos convertirnos ni cambiar de vida. Son los alejados de nuestra religión los que han de hacerlo. Por eso es tan peligroso sustituir la escucha del Evangelio por la piedad religiosa y predicar sin tener un testimonio de vida cristiana seria. Lo dijo Jesús: «No todo el que me diga «Señor», «Señor» entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo».

Para concluir con el mensaje de hoy, tenemos que explicar la parábola a la luz de la primera lectura, que tan sabiamente la liturgia nos la pone como introducción.

 Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.»

Rafael Aragón, OP

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